¡Cristo ha resucitado! Este es el hecho que debe mantenerse vivo a cada instante y dominar, por así decirlo, todo nuestro día. Su Presencia viva es el factor decisivo para poder vivir aquí.

EL ESTÁ! Y sin Él, no hay nada aquí. Su Presencia hace nuevas todas las cosas y transforma todo en un mundo nuevo. El está y acontece en nuestra vida minuto a minuto. Esta verdad de fe, la Presencia viva de Cristo, es el telón de fondo de nuestra vida. Vivimos de esta certeza que es más fuerte que un simple sentimiento. El sentimiento puede ayudarnos, pero va y viene. La verdad honda PERMANECE!

Vivir de fe es vivir un camino de conocimiento de Alguien Presente, realmente. Todo nuestro día es un camino de reconocimiento…de búsqueda de un Rostro vivo que jamás nos deja y que se halla a través de todo, TODO! Como dice el Salmo : “Todo nos habla de Ti, Señor”.

Reconocerlo en la liturgia, en el Sagrario, en la oración, en el silencio, en cada hermana, en la vida fraterna, en los momentos de oscuridad, en cada circunstancia …La vida se transforma en su Presencia. Y así todo se transfigura en El, todo es Cristo. Recorremos las horas deseándolo, esperándolo, amándolo, preguntándole todo, así vivimos todo con una intensidad que crece conforme nos encontramos con El.

La vida contemplativa presta atención particularmente a estas palabras de Jesús: “Velad y orad”. Velad, es decir “no os durmáis, estad despiertas a mi Presencia, vigilantes”. Donde el mundo no ve nada, nuestros ojos deben aprender a ver más allá…ver y despertar al Rostro de Cristo que siempre está vivo y actuante. Por eso nuestra profunda alegría nace no de un sentimiento, sino de una certeza: ¡EL ESTÁ! Y si El está, ¡no necesitamos nada más para ser felices!