Una vida ordenada a la contemplación exige silencio y recogimiento. De la calidad de este silencio depende para la comunidad, la existencia de un clima favorable al fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benevolencia, fe dulzura, dominio de sí.

El silencio de palabra y de acción y más aún el silencio interior, implica una ascesis paciente, pero esto procede de una necesidad del alma cuya exigencia va a la par con el progreso de la vida espiritual. El verdadero silencio interior no es vacÍo, sino es Presencia activa del Dios vivo. Silencio de comunión.

Convencidas de su valor las hermanas van aprendiendo poco a poco a hablar cuando y como conviene y siempre con discernimiento , verdad y bondad.

Como la Virgen María conservaba todas estas cosas en su corazón, las hermanas aprenden a acoger en lo hondo del suyo las llamadas de la gracia que les llegan por los acontecimientos y ocasiones diarias.

Después de la oración de la mañana mantenemos el silencio durante todo el dia “rumiando” esa palabra que el mismo Señor nos susurró al corazón…Esta luz que nos fue dada… nos sostiene “como un hilo conductor” en su Presencia Viva…alimentando nuestra interioridad hasta la oración de la tarde….Así se da el crecimiento del alma en esta experiencia vital de la unión con Cristo.

Así, el silencio lejos de ser una mortificación, se convierte en un anhelo ardiente del alma…necesitamos dialogar con Aquel que nos Ama…así como el pulmón necesita del aire!…Sólo en el silencio el alma se abre a la inmensidad, al infinito horizonte de la Palabra escuchada, acogida , acunada… y hecha vida.