Por la especial vocación que recibimos, sin merecimiento alguno, estamos llamadas a la vida contemplativa: La oración está en el centro de nuestra existencia. Nuestra unión íntima con Dios, nuestra comunión de vida entre nosotras, la misteriosa pero real fecundidad apostólica dependen de la calidad de nuestra oración. El amor es nuestro único impulso: nos abre a la llamada de Dios que siempre se anticipa.

Nuestro deseo de Dios no se limita a las horas de oración ya establecidas….todo el día es escenario de un “encuentro de Tú a tú” con Cristo. Nuestra oración personal prepara y prolonga la oración litúrgica.

La una llama a la otra, ya que la vida de oración no se vive plenamente sino mediante esta doble expresión de fe y de amor. Hacer oración es mantenerse con gran sencillez en la Presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu, que permanecen en nosotros y en Quienes permanecemos.

“La oración no es otra cosa que una conversación por la cual el alma habla familiar y amorosamente con Dios de su amabilísima Bondad para unirse y juntarse con Ella” – Nuestro Santo Padre Francisco de Sales
“La oración es un maná escondido que no es conocido ni apreciado sino por el que lo recibe, y al gustarlo se enciende el deseo de saborearlo cada vez más” – Nuestra Santa Madre Juana Francisca de Chantal.

“¡La voz de mi Amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi Amado y me dice: “Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primero frutos, y las viñas en flor exhalan su perfume. Levántate, amada mía y ven, hermosa mía, Paloma mía que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados. Muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante.” (Cantar 2,8-14) ¡Me has robado el corazón, hermana mía, novia mía! Me has robado el corazón con una sola de tus miradas, con una sola vuelta de tus collares! (Cantar 4,9)

“Que este pequeño Instituto de la Visitación sea como un pobre palomar de inocentes palomas cuyo cuidado y empleo se meditar la ley del Señor, sin hacerse ver ni oír en el mundo; que permanezcan ocultas en los agujeros de la peña y en las grietas de la rosa, para dar a su muy amado, en vida y en muerte, con su suave y humilde gemido, pruebas del dolor y del amor de sus corazones.” – (San Francisco de Sales)

La vida contemplativa es un servicio de amor a la Iglesia. Recibimos una mirada de Cristo, tan fuerte, tan honda, que abre una “herida en el corazón”; se enciende un deseo ardiente de “pertenecerle por completo”, de unirnos con Cristo totalmente, absolutamente, de forma definitiva y a tiempo completo. Y esa mirada hace que se abandone todo, se deje todo por un gran Tesoro que percibimos como lo único: Cristo.

Esa mirada nos apremia en una búsqueda gozosa y acuciante de ese Rostro, de esos Ojos por los que nos “sabemos” misteriosamente elegidas. Por El se deja todo lo demás, todo aquello que impida esta comunión…todo pasa a un segundo plano en importancia. Quedamos totalmente flechadas por Cristo dejándonos aferrar por su inmenso amor, amor que plenifica toda la vida . Por eso, a todo Monasterio se lo compara con un oasis en el que con la oración, la meditación y la contemplación… sumergidas en esa Presencia Viva de Cristo que lo llena todo y que lo colma todo…se producen “excavaciones” incesantes , se hace “pozo profundo” dentro del alma, en donde tomar el Agua viva para nuestra sed más profunda…y la sed de la humanidad.

“El monje dejándolo todo, por así decirlo, se arriesga, se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre, con todo hombre.” Tal es la belleza de esta vocación en la Iglesia, dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la “medida de la madurez de Cristo”, en ese particular estado de vida. A veces, a los ojos del mundo, parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida apenas es suficiente para entrar en esta unión con Cristo, en esa Realidad esencial y profunda que es su Persona, y su Misterio.” – Benedicto XVI

Y así estamos en el Corazón de la Iglesia, y hacemos correr por nuestras venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios. Aprendemos en esta Escuela, a ver cómo ve Dios, a percibir la vida en su “sustancia” como lo hace El. La vida no es algo que pasa, pasa, pasa… sino que es Alguien que viene a mí, que me sale al encuentro a cada paso, en cada circunstancia…Alguien que se me da en todo. Y nosotros acogemos esa Vida que es Cristo en todo. Nada queda afuera…todo es vivido porque todo es revelación de un Misterio Infinito.