La vocación y la misión de la monja de clausura es ser SIGNO DE LA UNIÓN EXCLUSIVA DE LA IGLESIA ESPOSA con CRISTO su SEÑOR. La Iglesia es Esposa de Cristo y cada alma es Esposa de Cristo. Cristo desde su Encarnación tiene unión esponsal con cada alma, con cada hijo, unión de alianza. La monja contemplativa está llamada a RECORDAR al mundo ESTA UNIÓN EXCLUSIVA, TOTAL, TOTALIZANTE Y ABSOLUTA. Para esto, deja TODO de manera definitiva, y así, viviendo en una entrega total y radical, todo su SER Y TODO LO SUYO se convierte en un continuo y renovado Sí a Cristo, manteniendo su corazón abierto de par en par para escuchar y vivir de la voz de su Esposo.

La Iglesia es también el Cuerpo de Cristo. Cristo es la Cabeza y cada miembro interactúa conjuntamente para un funcionamiento armónico de todo el Cuerpo. La vida contemplativa es el Corazón de este Cuerpo, parte vital , pero oculta, como lo es el corazón en el cuerpo. Vivimos en la fuente misma de donde sale el AGUA VIVA de la fe, de la gracia, de la vida, de la luz, de la verdad, de toda bendición. La vida contemplativa, como corazón del cuerpo místico, envía a todos los miembros esa fuerza y vida que el cuerpo necesita…y esto de manera ininterrumpida. El corazón jamás debe dejar de latir. Tal es nuestra misión.

La salvación, la luz, la gracia, el amor, la bendición…no salen de nosotras, no lo producimos nosotras. Esto viene de Cristo Vivo y Resucitado que lo regala al mundo a través de nuestra incondicional disponibilidad. Por eso, es capital tener un corazón totalmente para Dios, para que El pueda darse nuevamente a la humanidad.

¿Y LAS REJAS?

Las rejas simbolizan a las “costillas” que en el cuerpo resguardan, cuidan el corazón. Custodian y protegen algo sagrado e insustituible. “El corazón debe seguir latiendo siempre”. Las rejas nos recuerdan que dentro del claustro hay un maravilloso Tesoro, un fascinante Misterio que hay que cuidar para vivirlo cada vez con más conciencia. Hay una realidad sagrada, valiosísima indispensable e irremplazable…

La monja de clausura con su radicalidad y despojo absoluto es una llamada de atención, es un remitente de algo, nos recuerda la unión que todos ,todos los bautizados debemos tener con Cristo!

Es un mensaje silencioso, oculto, pero real y potente. “Tarde o temprano el corazón del hombre debe unirse a su Dueño”, es decir, llegar a su fin: todo hombre fue creado para llegar a la unión con Dios en el amor.

Una vida dedicada a la contemplación requiere por su misma esencia: retiro, silencio y recogimiento. Estas son las condiciones propicias para favorecer un clima de oración. Este estilo de vida se inspira en el ejemplo de Jesús, que se retiraba a hacer oración en soledad. Antes de elegir a sus apóstoles, nos dice el Evangelio: “Pasó toda la noche en oración y llamó a los que quiso para que estuvieran con El”

Dios habla en el silencio, pero es necesario saber escuchar… y para saber hay que hacer un camino de aprendizaje.La intimidad con Cristo es una escuela en donde El mismo nos educa y nos enseña a mirar toda la realidad con sus mismos ojos. Con El aprendemos poco a poco a escuchar, ver, percibir la vida a su manera y por eso el fruto de esta experiencia no puede ser otro que el gozo.

Vivimos de cara a la profunda nostalgia que tiene nuestro corazón: la de amar y ser amadas en profundidad, por Aquel cuya mirada un día nos fascinó, dejándonos acrisolar por la llama purificadora de esos Ojos divinos. Este camino de purificación y transformación del corazón y de la mirada lo emprendemos apoyadas totalmente en la ayuda del Corazón de Jesús, que es quien comienza la obra, la continúa y la lleva a plenitud. Nos orientamos a la búsqueda del Rostro de Dios y por eso renunciamos a las múltiples formas de comunicación para desarrollar al máximo la comunión con el Señor y con nuestros hermanos. Nuestra presencia discreta, oculta, pero vital, nuestro testimonio silencioso, quiere recordarle al mundo una verdad esencial:

Dios está vivo y nos ama.