Las monjas de clausura viven la dimensión apostólica permaneciendo en el corazón misionero de la Iglesia mediante
- la oración continua,
- la oblación de sí mismas
- el ofrecimiento del sacrificio de alabanza.
Quien llega a ser “absoluta propiedad de Dios” se convierte en Don de Dios para todos. Por esto la vida de las monjas “es verdaderamente un don que se coloca en el centro del misterio de la comunión de la Iglesia, acompañando la misión apostólica de cuantos trabajan para anunciar el Evangelio”.

Como reflejo e irradiación de su vida contemplativa ofrecen al mundo un anuncio silencioso y un testimonio humilde del Misterio de Dios, manteniendo viva la profecía en el corazón esponsalicio de la Iglesia.
Su existencia totalmente entregada a la oración en la gratuidad plena difunde por sí misma la primacía de Dios y la trascendencia de la persona humana creada a su imagen y semejanza.

La vida contemplativa es una invitación para todos a entrar en aquella “celda del corazón” en la que cada uno está llamado a vivir en la Presencia y de la Presencia del Señor.

Comparten gustosamente su oración litúrgica, momento privilegiado de su irradiación apostólica.

Las Hermanas de la Visitación quieren ser especialmente fieles a la Misión que recibieron de amar y hacer amar al Sagrado Corazón de Jesús, así como lo escribe Santa Margarita María: “Aún cuando este tesoro de amor sea un bien propio de todo el mundo y al cual todos tienen derecho, sin embargo, ha estado siempre escondido hasta el presente en que ha sido particularmente dado a las Hijas de la Visitación, porque están destinadas a honrar su vida oculta; a fin de que habiéndoseles descubierto, lo manifiesten y distribuyan a los demás.”