“Venid a Mi todos los que estáis cansados y agobiados que Yo os aliviaré” Mt. 11,28

Desde hace siglos sigue resonando esta invitación hecha por Alguien que conoce hasta las más profundas aspiraciones del corazón humano y que, si nos invita, es porque desea colmarlas. Hay tantas maneras de acercarse a Jesús y saber mirarlo…Así como cuando estamos frente a un paisaje tratamos de elegir el mejor lugar, que nos permita gozar de la mejor perspectiva, es importante que descubramos esa manera de llegar a Cristo, de conocerlo intimamente, es decir, de tener una experiencia viva de El. Podríamos decir que su Corazón es el lugar privilegiado que nos permitirá asomarnos al abismo de sus sentimientos, su bondad, su humildad, su comprensión, sus delicadezas sin límites, su ternura, su capacidad de inspirar confianza, el amor de padre y de madre a la vez…En definitiva, la misericordia de Dios.

“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. “En el origen de la vida cristiana está el encuentro con una Persona. Dado que Dios se ha manifestado de la manera más profunda a través de la Encarnación de su Hijo, haciendose “visible” en El, en la relación con Cristo podemos reconocer quién es verdaderamente Dios (Deus caritas est, 12). Es más, dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16).
Este misterio del amor de Dios por nosotros no constituye sólo el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda la verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, el fundamente de la devoción al Corazón de Jesús es tan antiguo como el mismo cristianismo. De hecho sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, ”A quien traspasaron” (Jn 19, 37; Zac 12,10).

La encíclica “Haurietis Aquas” de Pio XII, recuerda que la herida del Costado y la de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más incisivamente su vida. Reconocer el amor de Dios en el Crucificado se ha convertido para ellas en una experiencia interior que les ha llevado a confesar, junto a Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, permitiéndoles alcanzar una fe más profunda en la acogida sin reservas del amor de Dios. Debemos recurrir al Manantial del Costado traspasado para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar a más a fondo su amor.
Un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el Costado traspasado de la lanza se tranforma en silenciosa adoración. (Cf. Benedicto XVI- carta al Superior General de los Jesuitas)
Dios confió los secretos del amor de su Corazón a una hermana de la Visitación : Santa Margarita María de Alacoque . Como depositaria fiel y apóstol de esta devoción, fue el instrumento humilde y eficaz para que se extendiera a toda la Iglesia.
He hallado un Corazón
“Puse mi dicha en hallar
un corazón para mí…
y gozarlo en propiedad
de tal manera que allí
entrara yo sin llamar
y él también, conmigo…así…
Lo encontré, ¡es un encanto!
Puro, hermoso, ¡todo luz!
Profundo, Divino, Santo,
muerto de amor en la Cruz…
Me enamoré, por lo tanto,
del Corazón de Jesús.”
Madre María Angélica Alvarez- Icaza (Visitandina de México)